Disfruto desde hace algunos años de la amistad de Isabel Díez y, pese al tiempo transcurrido, nunca deja de sorprenderme con lo proteico de su capacidad creadora, de la que, aquí mismo, tenemos un ejemplo cumplido: cuando la mayor parte de la gente se conforma con ofrecer al público un libro de pascuas a ramos, ella, en un año escaso, ha presentado tres: una biografía poetizada de la reina Juana, y los dos que damos a conocer con este acto. ¡Nada menos que dos libros a la vez! Sólo aquellos que experimentamos la dolorosa impotencia de la página en blanco nos damos cuenta de la asombrosa feracidad creativa de esta amada de las Musas.
Por lo que se refiere al primero de los libros, Desde el lírico cuenco de mi voz, esta poeta reconocida internacionalmente ha tenido una idea sumamente brillante: habida cuenta de lo ya considerable de su producción (38 libros, que no es poco), ha tenido la idea de agrupar algunas de sus composiciones, los sonetos, la reina de las estrofas, en un solo volumen, que no sólo se constituye en una antología de su obra publicada, sino también en anticipo de otras inéditas, que esperamos no se hagan esperar demasiado, al dejarnos con la miel en los labios. Porque lo que anuncia está sobradamente a la altura de la obra por que ha sido galardonada con el premio Vasconcelos 2015. Después, nos dejamos llevar por la densidad y el ritmo de su palabra, que transforma en música los conceptos poéticos de los que rebosa su delicada alma, un alma que podríamos decir con esa palabra popularizada por el humorista Forges, rebosa bonhomía por todos los poros de su cuerpo. Así, la lectura sosegada de cada una de las composiciones de este libro nos hace remontarnos de las luces y sombras cotidianas, de nuestras pequeñas miserias, a esa luz de la Verdad, bajo la cual todo parece cargarse de sentido y desvanecerse las diarias contradicciones en una iluminadora síntesis dialéctica que nos hace mirar el futuro con esperanza.
Inevitablemente, nos viene a la mente la frase de Platón en el Ión: Los poetas –los buenos, especifica- son éntheoi”, es decir, tienen un dios dentro y por eso, la verdadera inspiración contribuye a sacar a la luz aspectos de la existencia que pasan desapercibidos en el fluir cotidiano.

Salvo el caso de un poema épico o bucólico resulta bastante difícil resumir el contenido de un libro de poemas, puesto que, en general, se pretende exponer sentimientos y vivencias sin seguir una determinada línea narrativa, más aún cuando lo que se pretende es una antología de versos que presentan una estructura determinada, en la que la precisión de las rimas y su agrupación en estrofas, bastante rígida en general, obliga en ocasiones a un encorsetamiento de la forma; si bien Isabel, como gran veterana en estas lides, hasta métricamente, huye de la monotonía en sus sonetos, como lo prueba suficientemente la variadísima rima de los tercetos finales, en la que agota todas las posibilidades al respecto, desde el cdc-dcd más habitual, hasta el cde-cde, tan típico en muchas composiciones de Miguel Hernández, o el estrambote con que finaliza los titulados Hoy quisiera rendirme a tu mirada (pág. 55), Si mueres de vivir (págs. 104-105) o Hoy mi pecho se siento malherido (pág. 107)e incluso nos obsequia con un sentido poema -mi preferido de un libro en el que hay tanto que degustar-, de diecisiete versos alejandrinos y endecasílabos, en el que glosa los sentimientos que le inspiran la muerte de un amigo.
Discúlpenme si no me resisto a dejar de leerlo. Figura en la página 107 del libro.
Estructuralmente, las composiciones están agrupadas según su procedencia, como podrán ustedes comprobar en su lectura personal de la obra:
La dos primeras partes, Testigos del amor y la locura, I y II, son un sentido homenaje a poetas consagrados de nuestra literatura; en la tercera, Sonetos de la buena muerte, brilla uno de los aspectos más interesantes de la poesía de Isabel, su vena religiosa y mística -es preciso recordar aquí que nuestra ilustre escritora fue accésit del premio de poesía mística Fernando Rielo-; la cuarta, brevísima, pero contundente, De Madrid al cielo pasando por El Escorial, contiene dos composiciones, una dedicada al párroco de El Escorial, y otra casi panteísta, en la que vemos a Isabel casi fundiéndose con la realidad circundante, en una especie de éxtasis panteísta. Es una de las composiciones con que, abusando de su amabilidad, me gustaría que nos obsequiara al finalizar estas lineas, que, para alivio del lector, anticipo que están llegando a su fin.
La quinta parte, En brazos de la tierra, continúa la línea temática anterior, como si su espíritu se hubiera relajado y contemplara la vida bajo la perspectiva totalizadora de una iluminada, y, casi sin darnos cuenta, vemos a Isabel alcanzar una plenitud poética -lo digo con admiración teñida de sana envidia- dificílmente superable.
No puedo hablar con objetividad de la sexta parte, La serpiente y la flor, que tuve el honor de prologar y presentar en su día y donde la ternura y piedad por cierta persona muy allegada a sí, estalla en los lamentos de más dulce lirismo que he llegado a escuchar.
La séptima división del libro, La llamaban loca, es una aproximación lírica a la vida de la desgraciada reina Juan I de Castilla, puesta en boca de la protagonista: allí late todo su amor incondicional hacia Felipe el Hermoso, entre los que destaca el poema Y no sé cuál ha sido mi pecado, cuya lectura me permito sugerir a la autora.
El resto del libro: Sonetos a la paz y Sonetos inéditos dedicados, son de un contenido tan obvio, que resultaría redundante glosar en esta presentación a la que hemos prometido brevedad.
Cedo, pues, la palabra a Isabel, se sirva deleitar al auditorio con la lectura de poemas y matizar o completar cuanto estime oportuno sobre lo que acabamos de decir, teniendo en cuenta, además, que sólo el artista -en este caso un gran artista- sabe de verdad qué ha querido decir y qué se ha callado en cada una de sus composiciones.
Muchas gracias.